El gran y grave problema que sufre la Unión Deportiva Las Palmas es que está sometida a una persona que detenta el 90% del accionariado del club, con poder total sobre el mismo. Este poder ha conducido al presidencialismo, una manera de ejercer el poder sin oposición, sin consenso. Lo ha descrito perfectamente el «deseado» Quique Setién, cuando dijo recientemente que «se obraba a impulsos», sin profesionalidad. Un ejemplo clarificante: hace varios años, el Presidente de la Entidad estaba en un bar del sur de la isla y allí le presentaron a Branko. Unos minutos de charla bastaron para contratar al balcánico, «porque tenía muchos contactos con la Europa del Este»
El gran problema de actuar de esta manera tan peculiar es que se rodea de personas que vienen a ser como aquella marca discográfica de la década de los 50 y los 60: His Master Voice», cuya traducción es «la voz de su amo». En este instante he de hacer una aclaración. Quienes me están leyendo, habrán advertido que no menciono el nombre del Presidente, pues no tenga nada en contra hacia esa persona. Hablo de su actuación en el plano de lo deportivo.
La temporada de la Unión Deportiva Las Palmas ha sido una verdadera vergüenza y, además, una catástrofe deportiva. Cuatro entrenadores, treinta y seis fichas federativas entre julio y diciembre y desde enero hasta el fin del campeonato. En el Estadio Gran Canaria se han disputado dieciocho encuentros, con el siguiente balance: tan solo cuatro victorias, dos empates y DOCE derrotas, y no hablemos de los goles encajados. Descenso matemático certificado a seis jornadas de la conclusión de la liga. Este es el balance real del llamado «mejor club de la historia». Pero todavía hay algo peor, pues aquellos que contrataron a tantos y mediocres jugadores, van a ser quienes ¿tratarán? de configurar la plantilla del «ascenso inmediato a Primera». La escasa asistencia de aficionados es el veredicto que no quieren ver.