Las personas que rigen el destino de la UD Las Palmas no aprenden de los errores cometidos, como una sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente. Cuando oímos decir: «algo se habrá hecho mal». No indagan, no reconocen los errores, sino el manido «algo habremos hecho mal.
En el mes de abril, cuando se habían esfumado las posibilidades de alcanzar la sexta plaza que daba derecho a juzgar los play-off de ascenso, ya sabía el club, sus dirigentes, que era necesario empezar a conceder bajas, en torno a 14 o 15 bajas, pero no se hizo nada al respecto. A pesar de que la campaña había sido nefasta, aquel era el momento para traspasar jugadores con fichas elevadas, que aún tenían un cierto caché. En la actualidad su valor es muy bajo porque los posibles compradores conocen la necesidad que hay por vender, así que están bajo el árbol, pendientes de que la fruta madure caiga por su propio peso.
La salida de Edu Espiau ha sido una traición al jugador y a la cantera, porque la ficha del canterano es muy baja, €80.000 más o menos, que es la establecida por LaLiga para los futbolistas de 2ª División. Para cumplir con las exigencias de la RFEF o LaLiga (en España siempre hay muchos organismos para dirigir una cosa) habría que traspasar otros activos, como Raúl Fernández, David Timor, Íñigo Ruiz de Galarreta, o Álvaro Lemos. De esta manera se podría cumplir el fairplay financiero y poder, además, ponerse al día con los pagos pendientes a la plantilla.
A veces se habla de vergüenza torera. Vergüenza no hay porque hace ya cierto tiempo parece que no se pueden hacer las cosas tan rematadamente mal ni a propósito. Y torera, esto sí, nos torean a base de bien.